CRÓNICAS DE LA VILLA DE FUENTELCÉSPED

Creando futuro, recuperando el pasado

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Nuestros pueblos vecinos - Castillejo de Robledo

Nuestros pueblos vecinos
Castillejo de Robledo
Ante todo quisiera dejar constancia de la
Leyenda que al final se narra, que a más
de uno le puede impresionar.



Apenas 13 km, y ya en tierras de Soria, lo separan de Fuentelcésped. A pesar de ese corto tramo las diferencias entre ambas poblaciones son notorias, sin querer, por supuesto, establecer comparaciones que estarían fuera de lugar…Pero a las diferencias a las que quiero referirme es que en esta villa soriana está demostrado en la historia la presencia de la Orden del Temple, mientras que por otras causas en Fuentelcésped no se puede demostrar. En el Censo de 1879, ordenado por el Conde de Floridablanca, figuraba como villa eximida en la Intendencia de Soria, con jurisdicción de señorío y bajo la autoridad del Alcalde Ordinario de Señorío, nombrado por el Conde de Miranda. Contaba con 121 habitantes.

A la caída del Antiguo Régimen la localidad de constituye en municipio constitucional en la región de Castilla la Vieja, partido de El Burgo de Osma que en el censo de 1842 contaba con 33 hogares y 134 vecinos.
Vista del castillo templario

Acertadamente Pascual Izquierdo defina la villa, en la Guía turística monumental de la Ribera del Duero, como un pueblo encerrado en sí mismo, casi ensimismado en una larga hondonada que se abre entre la Serrezuela. El caserío va prolongándose como una sierpe de barro y piedra hasta desembocar en el castillo, que se muestra como un gran corazón desmantelado, capaz de gobernar todavía las pulsaciones de este enclave bello y enigmático. En oleadas de musgo y de memoria los tejados siguen el curso del valle abierto entre las rocas hasta llegar a los pies de la iglesia románica para rendirle tributo de adoración. O quizás para entablar diálogo con los rostros que viven en el ábside...  

A la entrada a la villa y a la izquierda, en una pista divergente que conduce a Langa de Duero se aprecian innumerables entradas a las bodegas excavadas en el promontorio; le comentaron al viajero que no hace mucho tiempo expoliaron unos elementos de  decoración característicos de su entrada en forma de bolas de piedra, y vendidas posteriormente como objetos ornamentales por una rara especie de anticuarios en vías de proliferación.
Suenan unas secas detonaciones que rompen el silencio de la tarde, se trata sin lugar a dudas de unos disparos de unos cazadores en las inmediaciones del lugar.
Abside de la iglesia de la Asunción

Un caserío típico se agolpa a ambos lados de la calle principal, a medio camino de esta se ubica a manderecha la casa consistorial, edificio modernista que pone contrapunto con las construcciones autóctonas, pero a les gusta a los paisanos y eso es lo que importa. Al final junto a una plazoleta irregular se alza la iglesia la Asuncíón (siglo XII) de claro corte románico y añadidos posteriores, entre ellos el atrio; un detalle entre sus canecillos, con símbolos auténticamente


 templarios, es el que todos los lugareños muestran al forastero, es un hombre y una mujer efectuando el coito, lo que ha dado lugar para clasificarlas como las imágenes más eróticas del románico; este comentario lo atribuyen a Gaya Nuño,  algo que el viajero discrepa a lo que este pide humildemente perdón a esta personalidad ya desaparecida, puesto que conociendo ermitas románicas palentinas destacando entre otras San Pedro de Cervatos, esto ya se elevaría, en comparación a tildarlo de pornografía.

Detalle de uno de los canecillos, en el cual se aprecia a una pareja humana durante el acto amoroso.

 Lo curioso del caso que no se sabe si los canteros que lo tallaron gozaron del consentimiento o no de la severa y moralista Iglesia de aquella época, o simplemente a modo de rebeldía, vayan a saber vuestras mercedes las causas, se explayaron con estas manifestaciones. A pocos metros del ábside una placa pétrea junto a una cruz de madera nos informa que por esos parajes se produjo la conocida afrenta del Robledal de Corpes, contra las hijas del Cid, es digno mencionar que dicho lugar lo disputan otras dos localidades situadas mucho más al sur; ubicando dicho ultraje en una zona segoviana en las faldas del Guadarrama. Lo cierto que es difícil de asegurar. Lo que describe el poema es que don Fernando y don Diego que desposaron con sus hijas, las conocidas según el Poema de Mío Cid como doña Elvira y doña Sol, cuyos verdaderos nombres eran María y Cristina, además casaron con reyes y no condes, ya que dicho poema épico además, como se ha demostrado, está lleno de imprecisiones que no necesariamente se ajustan a la realidad, pues la historia desmitifíca el poema. En la actualidad y para muchos historiadores las hazañas de Ruy Díaz no sobrepasan el 25 por ciento de lo que narra el manuscrito del poema.

La creencia popular relaciona el episodio del poema conocido como Afrenta de Corpes con este lugar. Ahí se ubicaba sin duda alguna el robledal de Corpes, lugar donde fueron ultrajadas las hijas del héroe castellano, los autores y séquito huyeron dando un rodeo para evitar la presencia de los amigos del Cid que tenía en Aranda de Duero, vadeando el Duero por un lugar distante 10 Km al noreste, lugar desde entonces por este hecho, conocido como Vadocondes. Esta localidad  ligeramente apartada de nuestra ruta la podemos encontrar tomando la carretera de Aranda a Soria a 10 Km de la primera, en la entrada a la villa se observa un arco pétreo con el escudo de la Casa de Austria, Trastámara (O de los Reyes Católicos, que no lo tiene muy claro el viajero.) Pero eso es otra historia.
Arquivoltas en el pórtico de la iglesia parroquial

Volviendo al templo y traspasando su umbral, cubierto por un atrio de época posterior a la original construcción, como ya anticipaba el viajero, divisamos en toda su magnitud un primitivo románico en sus ajedrezados y pinturas que nos denotan influencia de la Orden.

A escasa distancia de aquí en lo alto de un otero el castillo de triple recinto, o mejor dicho lo que de él ha quedado gracias a la solidez de su edificación; se encuentra fácilmente el aljibe apreciándose la reciedumbre de sus muros que el tiempo apenas pudo contribuir a su demolición total, ahora solo encierran la nostalgia lejana de la presencia de los caballeros de la Orden, y recuerdos de una gloriosa época.

Sin duda se trató en su tiempo de la posición templaria más meridional soriana, como ya citaba anteriormente el viajero, enclave decisivo en época de la, ya avanzada, reconquista, y que de algún modo controlaba decisivamente una amplia zona al sur del Duero.

Volvemos a la villa, propiamente dicha, donde se contemplan sobre los dinteles de muchas de sus puertas y ventanas ese símbolo que el viajero contempló en el alero de  una antigua vivienda en la villa de Fuentelcésped de la rosa redondeada de seis puntas  (Rosa sesifofila) ; sin duda alguna de influjo templario, al igual que la cruz latina superpuesta a la de San Andrés, contenida también dentro de una circunferencia.

Las horas transcurren y la luz solar se escapa en el deambular bajo la bóveda celeste como el agua en una cesta, se levanta un viento norte que hace desagradable el tránsito por las calles de esta encantadora población cuando de modo simultaneo surge al unísono el alumbrado de las farolas que cambian por instantes la fisonomía del pueblo. Lo más acertado es ponerse al resguardo en uno de los bares del pueblo, donde en un rincón recoleto nos sirven un buen café mientras conversan con dos lugareños amigos de Carlos, en tan grata conversación, que se prologó por varias horas, tuvo el viajero la sensación de haber sido sus paisanos fieles guardianes de tradiciones y leyendas, como allí le han demostrado. Raro sería el lugar que habiendo sido feudo del temple no existiera ninguna referencia épica, trágica o de otro estilo sobre la orden. Sería en 1952, siendo párroco de esta localidad Eustaquio Pastor Teresa, un gran cura para algunos y todo lo contrario para otros, que opiniones abundan por la localidad, quien tuvo el acierto de hacer un recopilatorio de la historia de Castillejo, incluyendo una de las leyendas del siglo XX que podían dejar los pelos de punta a cualquiera; imagina el viajero situado en un escenario de una solitaria estancia, mientras en el exterior se desata una tormenta con los consabidos cortes de energía eléctrica. Momentos propicios para, también, desatar la imaginación de leyendas sobre el lugar. Fue por eso que aquella tarde, en aquella mesa y antes de entregarle al viajero el manuscrito le relataron la leyenda del ánima de aquel templario que vaga errante en busca de confesión de su horrible crimen y poder encontrar el descanso dentro del mundo de los difuntos 

VALLEJO CABALLERO.

En los años que estudió retórica en el Seminario de El Burgo de Osma uno de los seminaristas natural de esta feligresía, compuso la siguiente leyenda sobre el dicho paraje en que se le dio por título:

El Penitente Misterioso.

 La copia tal cual se escribió. Al Suroeste de El Burgo de Osma, en esta provincia de Soria y límite con las provincias de Burgos y Segovia encuentra el viajero una villa que debe su nombre el castillo hoy en ruinas que en otro tiempo fue mansión de Caballeros Templarios.
No tiene esta villa bellezas peregrinas, paisaje de grandeza, cuadros de majestad, ni bellos panoramas. Circundada de peñascos y cerros no fue pródiga la naturaleza con ella, pues ni le presta su hermosura esas vegas llanas de arbolado, que en otros pueblos los sirve de marco ni la inspiración los árboles frutales el aliento de sus aromas sólo se embellecen con la espiga dorada que coronan  los trigales; se embriaga únicamente con los perfumes de innumerables enebros, encinas, jabinos y sabias, se mece tan solo con la brisa de sus campos; no se arrulla sino con los cantares de los hijos del terruño y se regale con un solo bienestar: "La paz de en los que en ella moran".

En la hondonada y formando siete calles más o menos rectas, están sus casas, como un ganado de ovejas, que, mustias bajo el peso del bochorno desperezan de cansancio con el morro, junto al arroyo de "La Nava".

Allí, en medio, está un peñasco, como un cono, que sirve de pedestal al castillo y en la falda de esta iglesia parroquial de construcción románica con sus torres -espadajo- serena y muda en los monumentos de quietud,  alegra y vocinglera cuando el vértigo de las grandes fiestas libra en sus bronces la armonía sonora de una música de sentimiento al verla sobresalir por su altura de más de trescientas casas me ha parecido muchas veces el pastor que guarda el silencio la blanca manada que desgrana sus amores en las notas de unos silbos; me ha parecido también el centinela que diluye sus recuerdos en el callar de las horas y pregona los amores de su patria con la voz de ¡Alerta está!.

Esta es la patria chica de mis amores; la naturaleza no fue pródiga con ellos, pero tiene en cambio esa recia espiritualidad, seria y honda que caracteriza el alma del castillo.



I
Una de las cosas que más me gusta de éste mi pueblo es visitar con frecuencia -casi diariamente- el castillo, y hasta me parece que habla toda su ruinosa fachada toda de grandes  epopeyas de tiempos pretéritos. ¡Oh si pudieran articular palabras aquellos arcos de entrada y aquellas paredes hechas de argamasa, de cal y canto y aquellos montículos de escombros caídos de techos y paredes!¡Qué cosa dirían!.

Allí me paso grandes ratos contemplando sus ruinas y mí imaginación vuela a aquellos siglos, cuando los caballeros templarios, mitad frailes y mitad guerreros, vivían en este recinto, hoy completamente en el más triste abandono.

            Y en verdad que siglo tras siglo han pasado a los habitantes de hoy cosas y hechos verdaderamente fantásticos de aquellos tiempos. ¡Cuántas veces de niño, no nos atrevimos a mirar por la noche a esos torreones porque nos habían contado, en las noches de invierno, y al amor de la lumbre, hazañas guerreras -algunas de brujería y otras fantásticas- y que nuestra imaginación las agrandaba hasta creer cosas en tal grado inverosímiles, que algunas veces terminábamos por reírnos.

Hasta en las escuelas, a espaldas del maestro contábamos cosas del castillo, que casi siempre eran, comentando lo que decía algún chico de lo que le había dicho su abuelo la noche anterior.

¿ Por qué llaman Vallejo Caballero al camino que va a Valdanzo? Pues porque en aquél valle que sube empinándose hasta el llano un día le mató "una cosa mala" a un caballero Templario, después que éste había matado a otro en el castillo.

Si, si, es cierto. "Mi abuelo me lo ha dicho muchas veces" respondía otro muchacho.

Pocas veces nos acercábamos - uno solo nunca - a aquél paraje y cuando lo hacíamos con bastante miedo. Si alguno, más atrevido, al divisarle desde la cúspide decía: "Que sale el alma del caballero Templario" todos corríamos como galgos en dirección al pueblo y no faltaba quién decía "que lo había visto". Hasta los pastores contaban, que en días o noches de tempestad rugía con más fuerza allí que en otros términos del pueblo; pues una especie de tromba recorría el camino arrancando alguna vez enebros.

Estas y otras cosas, que podíamos llamar "aquelarre" eran y son las de siempre, que se suscita la conversación entre, no ya de niños, sino de personas mayores, vienen a parar al pobre desgraciado enterrado en el vallejo que lleva su nombre.
 II
El día nueve de Julio de 1.946 vino a visitar al párroco de esta villa, un sacerdote joven de uno de los pueblos segovianos limítrofes a esta, que su Prelado le había recomendado la cura de almas. Se nota en él un tanto tímido, que su conversación era amena de tal manera que formamos un juicio admirable del Neo-sacerdote, pues poseía una cultura bien cimentada.

Pasó todo el día entre nosotros y al siguiente manifestó querer trasladarse de aquí al inmediato pueblo de Valdanzo donde quería saludar a unos familiares que residían en el citado pueblo. No quiso mi párroco que fuese a pie -como lo había hecho al venir de su parroquia- y para ello nos prestó una buena familia una caballería; yo quedé en acompañarle y devolverla a mi regreso a sus dueños. Tal, como se pensó lo ejecutamos. Después de comer el día diez a las tres de la tarde salíamos el visitante y yo en compañía del párroco - aunque éste a la salida del pueblo se despidió - y nosotros tomamos el camino que los naturales llaman de "Valdespino".

Apenas Habíamos andado un kilómetro, observamos que manchones blancos de nubes, que por aquí llaman llaneros y que los eruditos dicen cúmulos, se hacían más oscuros apareciendo más espesas y pesadas que encapotaba el cielo antes limpio.

En nuestra marcha ya oíamos un retumbar lejano como de artillería distante y pensamos ambos que no era de la tempestad que se le estaba fraguando sino que los que lo ocasionaban era el ruido de las maquinarias que no muy lejos trabajaban en la construcción del pantano en el río Riaza en el pueblo que pronto desaparecerá, Linares. Era sin embargo demasiado irregular y prolongado para atribuirlo a aquella causa, yo mismo le dije: La tormenta se acerca pues no es lo que pensábamos a los pocos instantes unas gotazas de agua eran el preludio de la tormenta, que teníamos sobre nosotros y aún nos sobrecogía más un vivísimo relámpago que al mismo tiempo le siguió un trueno horrísono, extraordinario, como no recuerdo haber oído otro en los pocos años de mi vida.

Precisamente llegamos al sitio en que la tradición pone la sepultura del caballero. Yo fustigaba al animal para alejarnos de allí, más el joven sacerdote al ver varios enebros corpulentos y casi juntos le pareció que no podíamos encontrar otro albergue mejor y fue él quien dijo: No pasemos de aquí, y en efecto allí se puso bajo de aquellos árboles. Yo sin decirle el porqué - me tiritaban las piernas más por el sitio escogido que por la tempestad - le manifesté que para atar el macho eran mejor otros enebros, que no muy distantes estaban y allí quedé, separados unos de otros como cuatro metros de distancia.

            Lo que sucedió aquella famosa tarde en el terrorífico escondite, se verá en el capítulo siguiente, que lo oí narrar después al contárselo a mi párroco el asustado sacerdote.
III
La tormenta, lejos de despejarse, arreciaba cada instante; yo, dice el nuevo presbítero saqué el rosario, y apenas había terminado el acto de contrición, como generalmente se empieza, cuando percibí un ruido extraño, como el de galopar de un caballo que de repente se parase junto a mí. No vi a nadie; no obstante, oí bien articular la palabra "Confesión". Lo que en aquellos momentos pasó por mí, nunca sabré explicarlo. Llamé al estudiante  creyendo que él había dicho la tal palabra, pero me contestó: estoy bien no me mojo.

Aquella voz misteriosa continuaba su cuchicheo. Lo más extraño es que no había oído los pasos del penitente al acercarse y ahora apenas pude entenderle sólo tres palabras que eran o a mí me parecían: "Frey Cris Roc". Alguna que otra frase suelta, eran fuera de lo antes dicho, lo único que podía percibir, sobre todo "Cris Roc", la repitió muchas veces, mis nervios -a pesar de verme en este caso inusitado de ultratumba- poco a poco se calmaron; y hasta por un momento creí que pudiera ser la voz de algún viajero extranjero, que caminaba por aquél camino o el de algún español con dialecto desconocido para mí. Era tal vez algún anciano que padecía de sordera, pues aún cuando yo no oía nada traté de interrumpirla para manifestarle que no entendía ni una palabra.

El penitente misterioso no prestó atención; si no que continuó en su musiteo, sin detenerse un instante. Me parecía que se hallaba en un estado de terrible perturbación. Su voz inarticulada se cortaba con sollozos y al fin terminó con un grito. Era un grito que no sé decir, ni ahora ni nunca que clase de grito era, pues apenas se oía.

Por otra parte me pareció oír algunos rozamientos, como de dedos que trabajaban con el intento de sacar tierra. Al fin se hizo el silencio; y como oímos a una persona que se alejaba de nosotros, así también yo pude oír, como una fórmula final que la repitió varias veces, cada vez en tono más bajo hasta extinguirse por completo; pero siempre entre el chapurreo de palabras el "Cris Roc".
Me levanté deseando salir de entre aquellos enebros y le dije, sacando fuerzas de mi flaqueza, que no podía entender ni una palabra. Entonces un profundo sollozo resonó en mis oídos; sollozo que se repitió desgarrador. Miré enderredor... y no había nadie.

No puedo dar una idea del tremendo choque que sufrió mi alma durante todo ese tiempo. Debí de clamar en alta voz, pues oí que el estudiante me preguntaba: ¿Señor, qué le pasa?. Permanecí inmóvil por unos segundos sin conciencia de la realidad. Cuando hablé, mi propia voz me parecía extraña.

  Muchacho: ¿Has visto a alguien por aquí?.
No señor, contestó el seminarista. Solamente he oído algunas frases, pero era usted el que las pronunciaba; y yo supuse que era alguna oración o jaculatoria, conque pedía al Señor que calmase la tempestad.

Como el chico no venía a donde yo estaba, - a trueque de mojarme - fui donde se había cobijado. De repente otra vez en el silencio que suele haber en las tempestades, que por un momento deja de caer, volvió a sonar por la tierra el desesperado galope de un caballo.
Chiquito ¿Oyes?, le dije emocionado.

¿Está usted enfermo?, volvamos al pueblo si a usted le parece. Además que con el tiempo que hemos estado aquí ya no le hay para volver con la caballería después de dejarle en Valdanzo con sus parientes.

Hice entonces un esfuerzo soberano para decirle que no era nada; pero el chico -quizá al ver mi rostro cadavérico- insistió que al terminar la lluvia volviéramos a desandar lo andado.
Nada quise preguntarle a cerca del galope de caballo, porque quizá después de todo, acaso no habría relación entre aquello y la misteriosa voz del penitente invisible e inteligible.

IV


Cesada que fue la lluvia, aunque todo mi ser estaba en estado caidísimo, - vámonos de aquí - le dije al joven; pues me sentía verdaderamente indispuesto y perturbado; tanto es así que no nos cruzamos ninguna sola palabra durante la vuelta.

Al llegar a la casa parroquial no les extrañó ni al señor cura ni a su hermana, ni a las vecinas que nos habían visto salir horas antes nuestra vuelta, pues alabaron nuestro proceder y como decían ellas: "Hubiera sido tentar a Dios" si hubiéramos seguido en el camino; tal era el cariz que presentaba aquella famosa tarde.

Encontramos al señor cura terminando de rezar los maitines  y laudes del día siguiente, el cual nos, dijo: "He estado bastante distraído en el rezo, pensando en vosotros; pues venía a mi mente una vieja historia que suelen contar los sesudos hombres del pueblo y que acaeció, precisamente, en este día hace varios siglos."
¿Cual? Dijimos los dos al mismo tiempo.

Se dice - continuó el párroco - que el Papa suprimía la Orden de los Caballeros Templarios el año 1.311, habitaron aquellos famosos en el castillo de esta Villa. Sin duda ninguna tenían más de guerreros que de frailes, pues se cuenta de ellos hechos y cosas vergonzosas; tanto es así que historiadores de nota, aseguran que la masonería tuvo su origen en ellos.

En aquellos tiempos en que una comunidad de esta Orden eran los amos de este pueblo, no sabemos las causas, quizá sería por rivalidades de mando o cosa parecida, pero la verdad es que uno de los caballeros mató en el castillo al superior que lo era en aquel entonces Frey Cristóbal de Rocaforte.

Cometido el delito bajó a las cuadras, y montando en un brioso caballo, huyo camino de las Quintanasrubias - quizá sería oriundo de aquellos pueblos - cuya dirección es la más recta la que lleva al inmediato pueblo de Valdanzo. En el Vallejo que empieza -dejando el camino de Valdespino- se encontró al sacerdote que tenía la cura de alma de esta parroquia, el cual en su paseo le había sorprendido una tempestad y con ese motivo estaba refugiado bajo unos enebros.

Nuestro caballero apenas le divisó, echó pie a tierra; y es de creer que lo hizo movido por el arrepentimiento y quizá con deseos de que el párroco le oyera en confesión. Más, apenas se acercó al sacerdote cuando una chispa eléctrica producida por la tempestad, mató al caballero, dejando su cuerpo carbonizado e ileso al señor cura. Como en tan trágicas circunstancias ocurrió su muerte, ni sus compañeros, ni nadie al enterrarle allá, se cuidó de poner alguna señal de que junto a aquél camino había sido enterrado un ser humano -por cierto sin las ceremonias de la iglesia-.

Yo oí a mi antiguo párroco que lo fue aquí por espacio de cuarenta y seis años el cual en muchas ocasiones le hablaron a él los antiguos feligreses de esa tradición y decían, que en día de tormenta se oían por aquél vallejo las palabras "Frey Cris Roc" que como comprenderéis corresponden al nombre del superior asesinado, pero sin pronunciar las sílabas finales de "Frey Cristóbal de Rocaforte".

Viene por allí y se supone a que - Dios Nuestro Señor en sus inescrutables designios permite al miserable cabalgar rápido - a uña de caballo -en idénticas circunstancias en que hizo el crimen, a buscar la absolución, que desde luego, es imposible concederle-.

De como quedó nuestro joven sacerdote al oír la historia de aquél desgraciado y tan exactamente como él había sido protagonista horas antes... no hay para que decirlo.

Manifestó deseos de que le sirviesen una taza de tila. El señor párroco avisó al médico y sin decirle la causa, le propinó una inyección para que aquellos nervios se pusieran en su tono.

Yo, sin necesidad de potingues farmacéuticos no me aumentó el miedo que ya de niño tenía, pero la verdad ante todo, pocas noches se pasarán que entre sueños no vea a un caballo corriendo, corriendo, corriendo mucho y que al chocar en el suelo los clavos de las herraduras salten chispas de ellas, como si la centella que lo mató fuera serpenteando por el camino de "Vallejo Caballero" y muy principalmente junto al sepulcro del "TEMPLARIO".
                                                                                      

 Jesús García y Jiménez
Por los Caminos del Temple

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