Fuentelcésped, un señorío de abadengo.
Caminando
dirección norte, deja el viajero, viñedos y barbechos a derecha e izquierda, a
su espalda los montes de la Serrezuela que dan nombre a la comarca, sobre él
cerca de una docena de buitres a considerable altura trazan círculos rayando el
cielo.
Pisamos
tierras de Burgos, que en otro tiempo fueron segovianas hasta el límite del
Duero, pero ya sabemos lo que son las cosas cuando de territorios se trata.
Cuando
el sol agoniza tras su peregrinar del día, al doblar una curva, aparecen ante
el viajero las primeras casas de Fuentelcésped, tocadas sus piedras calizas con
el reflejo del astro rey, le confieren un brillo especial atenuado por los
muros de adobe. Los restos de abandonados palomares siguen el mismo camino de
los de otras zonas, cuando ya en ellos no hay más que silencio en lugar del
arrullo de pasadas épocas. Un perro cojo y escorado se evade del viajero no
perdiéndole de vista en su escurridiza huida por la carretera, denominada
antaño la calle de los Pajares.
La
Villa de Fuentelcésped, como ocurre en todos los pueblos, está dividida en dos
barrios: El de los vivos y el de los muertos, este último alberga sus tibias y
calaveras en el alto del cerro de Santa Barbara, nombre que toma de la ermita
adyacente al campo santo; allí por tradición no existe sepulturero, al igual
que acaece en numerosas localidades; son los familiares quienes cavan las
fosas, apartan los restos de sus antiguos familiares que antes descansaban allí
y con todo comedimiento los funden yuxtapuestos al nuevo finado, por eso para
los que allí residen eso de irse al "otro barrio" no deja de tener un
peliagudo doble sentido.
Es
también la tradición de esta Castilla eterna, que es remisa a los nuevos
cambios, que jamás acepta porque "no se dan"; o simplemente es más
cómodo vivir como siempre y sin complicaciones.
Desde
hace lustros los trenes, de los pocos que circulan, ya no paran en la estación,
distanciada un kilómetro y que compartía con otro pueblo vecino, de ella se ha
apoderado la ruina, con el añadido de transeúntes vandálicos que se ceban
contra su edificio pintando incongruencias y destrozando lo poco que queda a
modo de imbécil entretenimiento.
El
médico no vive allí desde hace bastante tiempo, solo viene dos veces por
semana, o cuando la obligación reclama sus servicios. La botica la cerraron al
igual que sus bares como del mismo modo la última tienda de ultramarinos. Bajo
iniciativa municipal se montó un nuevo bar en la plaza, que abre sus puertas
cuando puede, porque allí sus gentes, mayoritariamente, dicen que no son de
bar, "son de bodega" dando un sentido diferente al establecimiento
como lugar de encuentro; lo que no quita que una tarde de domingo se reúnan en
él tres o cuatro paisanos alrededor de unos vasos de clarete y una baraja de
cartas, lo que les da una tradicional, e infinita dignidad, celtibérica.
El
maestro tampoco, pues no quedan escolares en la villa y de quedar alguno de
estos emigrantes que repueblan la villa en estos últimos años son recogidos a
diario en un transporte escolar para realizar su aprendizaje docente en Aranda
de Duero, aunque si se conservan los edificios municipales que acogieron las
escuelas, cuyas paredes fueron fieles testigo de los cánticos juveniles de la
tabla de multiplicar. Sobre el descolorido encerado, blanquean las huellas del
desaparecido crucifijo y los dos retratos de rigor que por decreto debían
figurar a derecha e izquierda, el del extinguido dictador y aquel señor
engominado que fundó la falange, con un cierto parecido a Roberto Alcázar, y
que los "rojos" fusilaron en el penal de Alicante.
Contrariamente
a lo que se piense hay bautizos, si bien aquí no nace nadie; y bodas de
personas que tampoco residen en la localidad, es ni más ni menos el apego al
lugar de gentes, e hijos de estos, que por problemas comunes, como en muchos
pueblos, tuvieron que emigrar a grandes ciudades huyendo de la miseria agraria
de tiempos lejanos, mas no es sorda la llamada de la tierra.
El
declive de esta villa comenzó allá por 1910 cuando la filoxera se cebó en la
vid, principal recurso de la población, causando una verdadera ruina. Se
repoblaron años después gracias a un vecino emigrante de la localidad, un tal
don Fabriciano, que de California, aporto en uno de sus viajes, sarmientos
descendientes de los que Fray Junípero Serra llevó a tierras americanas y
plantaron por doquier en aquellas tierras del sur de Estados Unidos, pero al
ser insuficientes la crisis vitivinícola se prolongaría al menos tres años mas,
que tardarían en dar los primeros frutos las nuevas cepas. Hay octogenarios que
niegan este suceso, atribuyendo al entonces presbítero Cándido Herrero la labor
de importar sarmientos de Francia creando un vivero del que posteriormente
serían replantadas sus cepas.
El
caserío crece desde la Plaza de España, centro neurálgico de la villa situada
en una hondonada, ascendiendo por sus siete colinas. Esta plaza cobija la casa
de la villa donde se ubica el ayuntamiento y la Iglesia parroquial de San
Miguel, renacentista con campanario adosado, en torre, en su fachada sur.
Por lo adusto de la
fachada renacentista de su iglesia parroquial, nadie pensaría la riqueza que
entraña su interior, conformada por tres naves y planta de cruz latina, posee
nueve retablos de traza barroca, el principal situado en el altar mayor data,
según puede leerse, de 1778. Un órgano barroco, casi totalmente restaurado, que
no suena en ninguna solemnidad, solo una o dos veces al año en un ciclo de
conciertos. Junto a la sacristía, con una antiquísima talla románica de Santa
Barbara, que algún día se albergó en la ermita del mismo nombre, una soberbia
pintura y una extraña tabla en que figuran naipes del tarot, una pieza a
consideración del viajero excepcional, sus 18 viñetas, tiene una estrecha
relación con la alquimia como ciencia sagrada, la muerte también está presente
echando la red, no para pescar peces, sino almas... ; el templo de Salomón
también está latente, por lo tanto y dado que esta iglesia con casi dimensiones
catedralicias está dedicada a San Miguel, es sospechoso
Curiosa tabla que aberga la sacristía. |
de que el Temple
estuviese a flor de piel, pero no los caballeros que guerreaban, sino los
ocultistas y esotéricos, por lo que sin lugar a dudas se trata de una
realización en la cual los más enigmáticos y singulares caballeros del medioevo
quisieron transmitir, en clave, una serie de informaciones, solo al alcance de
los iniciados.
Jesús García y Jiménez
Por los caminos del Temple.
Abril 1998
Abril 1998
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