Las andanzas de Juan Martín “El Empecinado” por
la Villa de Fuentelcésped.
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datos documentados, y que algunas publicaciones se hicieron eco en sus relatos
recogidas por varios autores, sobre una gloriosa presencia en la villa; se
trata ni más ni menos que de Juan Martín Díez, El Empecinado, vallisoletano
nacido en Castrillo de Duero el 2 de septiembre de 1.775. De su sobrenombre
existen dos acepciones y que, por su carisma, ambas le venían a medida
oportunamente: Por Castrillo de Duero, fluyen las aguas del río Botijas, que
nace algo más arriba del valle en la localidad de Cuevas de Provanco, cuyas
aguas depositan un cieno muy negro que llaman pecina, por ello a los paisanos
de Castrillo, muchas veces en tono despectivo, les apodan empecinados, al decirse que cuando se bañan el río se
"rebozaban" en dicho cieno negruzco. También la terquedad y
obstinación del personaje, con toda seguridad, le hiciera merecedor de tal
apelativo. El paso por la villa más recordado del famoso guerrillero, se
remonta al 13 de noviembre de 1808, cuando preso en la cárcel de Burgo de Osma,
denunciado por sus paisanos, logra atenazar las cadenas de los grillos, que
sujetan sus tobillos, con los pies y con su fuerza descomunal logra abrir uno
de los eslabones rompiendo por mitad las cadenas. Al oír el enorme alarido
emitido al realizar el esfuerzo, el alcaide y tres carceleros se precipitan a
abrir la puerta de la celda, asombrados no dan crédito a sus ojos. Momento que
aprovecha Juan Martín para lanzarse contra la puerta arrollándoles a su paso haciéndoles
rodar escaleras abajo antes que puedan hacer uso de sus armas, pasa sobre ellos
en su veloz huida alcanzando la calle; corre bajo los soportales ante el
asombro de la gente que se percata de sus rotas cadenas que le penden de los
maléolos y que de mala manera se ha atado a la pierna para no entorpecer su
carrera.
Logra abandonar la ciudad por la
puerta de la muralla próxima a la catedral, en su huida hacia el oeste, en el
momento que unos toques militares y redobles de tambores indican que las tropas
francesas están entrando en la ciudad, en su busca con toda seguridad.
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Oleo de Francisco de Goya de Juan Martín "El Empecinado" |
Sigue en su veloz huida a poniente
siguiendo el astro declinante hasta llegar a San Esteban de Gormaz, continúa
por los márgenes del Duero evitando caminos transitados y la noche le sorprende
antes de llegar a Langa, desde allí a campo traviesa bordea el monasterio de La
Vid, sorprendiéndole el amanecer en Santa Cruz de la Salceda. Repone fuerzas en
casa del herrero, que al enterarse de quien se trata le libera de los grillos;
tras un reparador descanso, evitando vías concurridas, recorre los cuatro
kilómetros que le separan de la villa de Fuentelcésped. A mitad de su camino encuentra un
buhonero descansando, que le pone al corriente de lo acaecido en el saqueo de
Burgos por las tropas francesas en su avance para alcanzar Madrid: casas
asaltadas y quemadas, la profanación del monasterio de las Huelgas convirtiendo
el cenobio en caballerizas, sepulcros profanados, posiblemente buscando joyas,
siendo venteadas sus cenizas entre los excrementos de las caballerías; grandes
daños en la Cartuja de Miraflores, sobre todo en el magnífico retablo pétreo, y
eso que no había llegado aún a su conocimiento la voladura del castillo que
dominaba la ciudad. El tener noticia de estos acontecimientos le incrementan
sus deseos de venganza.
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Al caer la noche, caminando a la luz de la Luna, Juan Martín llega a la Villa de Fuentelcésped |
Una vez en la Villa de Fuentelcésped, que al igual
que todas las de la comarca conoce a la perfección por ser el escenario de sus
correrías,pasa la noche oculto en el Granero de la Villa donde duerme hasta el siguiente día, que en la atardecida se dirige a la posada, una de las mejores surtidas de la comarca, cuyo mesonero es un buen amigo, el cual
informa que han intensificado su búsqueda poniendo un alto precio a su cabeza.
No habiendo transcurrido siquiera una
hora cuando hace presencia en la posada un pelotón de seis dragones del ejército
francés comandados por un sargento; este ordena cerrar las puertas y que nadie
abandone el mesón. Los allí presentes les miran recelosos con una mezcla de
asco y desprecio. Juan Martín sabe que le buscan, pero también sabe que el
conocimiento sobre sus rasgos físicos que estos poseen sobre él son con
seguridad insuficientes para una rápida identificación fisonomista; así que
tras aposentarse los recién llegados en una mesa y pedir de comer y beber, al
Empecinado se le ocurre el modo de escapar de allí y de ellos; guiñando un ojo
al posadero se ata un mandil a la cintura, y a guisa de mozo de venta, con gran
desparpajo y tranquilidad, les sirve en la mesa sin levantar la más mínima
sospecha; continúa su ir y venir proveyendo de vino, pan y viandas a dicha mesa
donde se aposenta el escuadrón gabacho.
En uno de estos ir y venir por la
posada, sale al corral donde los soldados a su llegada ataron sus cabalgaduras,
así que eligiendo el mejor caballo, se aleja arrebatando el resto de equinos
para que no puedan seguirle, huyendo con todo el armamento que portaban en el
arzón de las sillas, sin que en ningún momento achacasen tal robo a una persona
tan buscada.
Marcha tomando el suroeste a campo
traviesa hasta las proximidades de la localidad de Milagros, donde tras
organizar su partida, se cuenta de una escaramuza contra la retaguardia del ejército
francés, que se encaminaba a Madrid, consiguiendo Juan Martín y sus adláteres
tal cantidad de bajas enemigas que las aguas del río Riaza bajaban teñidas de
rojo.
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Recreación en Roa, del ajusticiamiento del Empecinado. Foto. El Correo de Burgos |
El Empecinado había llegado hasta Roa tras ser apresado en Olmos de Peñafiel y conducido a la Villa de Roa, por ser cabeza del partido judicial de la época y disfrutar de fueros. Pero los absolutistas no respetaron el derecho de asilo. Torturado y humillado, cuenta erróneamente la leyenda que fue exhibido en una jaula sobre un carro. Aun así, consiguió romper las cadenas que lo apresaban en un último intento de acogerse al asilo que ofrecía la Colegiata, sin poder lograrlo.
Es triste comentar que después de los grandes servicios prestados a la patria, es ahorcado, en lugar de fusilado, el 19 de agosto de 1825 en la plaza mayor de la citada localidad de Roa. A este cronista se le antoja apostillar con la licencia debida, asemejándole al Cid, sobre este templario decimonónico, que jamás tan buen vasallo mereció tan mal señor, como el nefasto Fernando VII, el mayor desastre de rey que conocieron las Españas.
Es triste comentar que después de los grandes servicios prestados a la patria, es ahorcado, en lugar de fusilado, el 19 de agosto de 1825 en la plaza mayor de la citada localidad de Roa. A este cronista se le antoja apostillar con la licencia debida, asemejándole al Cid, sobre este templario decimonónico, que jamás tan buen vasallo mereció tan mal señor, como el nefasto Fernando VII, el mayor desastre de rey que conocieron las Españas.
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El nefasto monarca Fernando VII, restaurador del absolutismo. |
El Castillo de Burgos lo volaron en su retirada hacia Vitoria en el año 1813, de ahí que fuera imposible que el buhonero le hablará de tal cosa.
ResponderEliminarLa historia del mesón parece un poco forzada, porque al mesonero le habrían detenido como poco si hubieran descubierto que el robo lo cometió el "mozo empecinado"
En Fuentespina un vecino de apellido Tejedor mató a un soldado francés en las bodegas y se unió a la partida del empecinado, convirtiéndose en su secretario.
Saludos