La Cárcel de Fuentelcésped.
No se trata de realizar una novela de miedo
teniendo un sucedáneo de un relato del Conde de Montecristo. Las cárceles desde el
medioevo fueron una realidad social en todos los señoríos, bien solariego (perteneciente a algún noble feudal), de realengo (que pertenecían al rey) o abadengo (pertenecían al señorío de algún monasterio) como fue el caso de Fuentelcésped hasta el siglo XVI.
El denominador común de estas prisiones, salvo
raras excepciones, fue el terror y desprecio por el ser humano que existían en
la mayoría de estas, como ejemplo que veremos más adelante.
Está documentado que Fuentelcésped dispuso de una cárcel, más su posible
ubicación no ha podido precisarse, lo que sí con seguridad sabemos es que la
instalación de la misma estaba en la misma casa donde vivía el alguacil, que de
algún modo hacía por tal motivo las labores de carcelero.
Pero el concepto de alguacil en la zona, nada tiene que ver con el
significado de entonces, que no es ni más ni menos que el significado correcto;
mientras actualmente un alguacil es un empleado municipal dedicado
mayoritariamente a labores de limpieza y reparación, mientras su significado
real era, un funcionario del orden
judicial que se diferenciaba del juez en que este era de nombramiento real, y
aquel, del pueblo o comunidad que lo elegía, y prácticamente hacía las mismas
funciones que hogaño un policía municipal o local.
Ello dio lugar, lógicamente, que durante el periodo ilustrado, las ideas
planteadas al respecto hicieran ver al Ayuntamiento las deficientes condiciones
que ofrecía el inmueble. Posteriormente y en el acuerdo tomado el 19 de Agosto
de 1773, se considera imprescindible hacer una prisión “…para seguridad de reos que como pueblo crecido y de tránsito puede
haber…” No existe constancia
documental de que dicho proyecto se llevara a cabo pues, a mediados del siglo XIX, el Diccionario
Geográfico de don Pascual Madoz no recoge su existencia…
Datos de Mª José Zaparaín Yáñez.
Fuentelcésped la Villa y su patrimonio Siglos XVIII y XVIII.
Tampoco era necesario ser un peligroso delincuente o
criminal para ir a dar con sus huesos a estos indignos lugares; simplemente por
robar leña o uvas de una viña ya suponía al menos 10 días de cárcel, pescar o
cazar en época de veda o simplemente porque al gobernador o señor alcalde le
cayera mal un ciudadano. No digamos en épocas anteriores cuando la máxima autoridad
era el señor feudal…
Sin embargo, hemos encontrado un acta fechado en: En la villa de fuente el césped a dos días
del mes de enero del año de 1.778… Es decir, casi cinco años más tarde, en
el que encontramos un inventario general de la Villa, y casualmente aparece:
Prisiones. Lo primero se pone por inventario. Una cadena de hierro que pesa 10
arrobas. Otra más pequeña. Otra pequeñita como de brazo más larga. Una cotilla
de hierro. Dos pares de grillos con sus Arrue estás. Un cepo de madera con sus
tres agujas de hierro. Cuatro pares de esposas. Cumplidas 17 gorruperas, con
sus Arrue estás. 10 candados y otro pequeño viejo. Con sus llaves. Más 7
entregas otro candado que está en el reloj de la torre con su llave. De cuyas
González Antón Alguacil Mayor en este presente año quién lo firmo.
Este inventario nos confirma que ya en dicho año, en el ultimo cuarto del siglo XVIII aparece en los archivos municipales un indicio claro de haber existido el mencionado establecimiento penitenciario.
¿Dónde se ubicaba entonces la prisión de la Villa de
Fuentelcésped?. Al parecer y recopilando opiniones, que se supone transmitidas
del modo tradicional y secular, ha llegado a nuestros días que la sala que se
utilizaba como “prisión” se ubicaba en la parte baja de la Casa Consistorial,
precisamente donde se halla el almacén de la parte baja, a mano derecha de la
entrada. Dentro de dicha estancia, existe una trampilla o alzapón, donde
agazapado cabe una persona, por lo que se supone que se utilizaría como mazmorra
o el clásico “pozo” de castigo, el resto de presos –en caso de haberlos-
estarían engrilletados o con cepo, si procedía, en la estancia citada.
Estas cárceles, y todavía en esa época, no pensemos ni
por un instante que por ser en la época de la ilustración, estaban carentes de
dureza, o eran similares a los modernos establecimientos penitenciarios
españoles de hoy en día.
Aparte de estar privados de libertad, los reos estaban
de algún modo sometidos a vejaciones y otras duras condiciones que les imponían
sus carceleros, algo que no había cambiado desde la anterior época medieval.
Para darnos una idea, en este caso bastante dura, me
he permitido citar una cárcel documentada, entonces en la misma provincia
(dígase Segovia), que tras la recuperación del edificio en 1994 nos ha
permitido rescatar su habitáculo y por supuesto su historia y que a muchos les
ha sorprendido de sobremanera el trato que recibían los reos en estos lugares
penitenciarios, que en absoluto tienen que ver con las prisiones de nuestro
siglo.
Tampoco hay datos fiables sobre el lugar que hasta
mediados del siglo XVIII, se dice, que albergó la cárcel de la también villa
segoviana de Riaza, pues todas las notables villas medievales al menos contaron
con una, tenemos también el caso del edificio que hizo el servicio de cárcel a
la villa de Sepúlveda. De zonas cercanas el único edificio usado para tal
menester que se puede visitar y adquirir testimonios sobre su actividad es la
cárcel de Pedraza de la Sierra, lo cual nos puede dar una idea muy clara de lo
que suponía estar recluido en tales edificios, todas estas construcciones, en
su interior, estaban cortadas por un mismo denominador común: El terror.
La cárcel de Pedraza.
El crónista se toma licencia esta vez, de acudir extramuros de la Villa de Fuentelcésped y visitar documentalmente un edificio que por su utilidad antaño, nos dará una idea clara de lo que era comunmente la vida en estos lugares donde el ser humano era degradado a una infima condición indescripible.
La cárcel de Pedraza está situada en lo que en un
principio fue una torre vigía en el lugar donde se encuentra la puerta de la
villa. En ella vivía el carcelero, dotado con un sueldo de dos reales de vellón
diarios y que alternaba su función con la vigilancia de la única puerta de
entrada a la Villa. En la Cárcel había varias salas anexas donde malvivían los
presos. Para los delincuentes comunes, normalmente ladrones, existían dos
celdas hechas de madera de unos nueve metros por las que apenas entraba la luz
y en las que podían estar prisioneros hasta quince personas durante varios días.
Para los delitos de sangre se reservaba un destino más cruel, pues los presos
eran arrojados individualmente a una habitación inferior a través de un alzapón,
lo que provocaba de forma frecuente lesiones o roturas en piernas y tobillos,
con lo que se reducía casi a cero la posibilidad de fuga. El preso fallecía a
los pocos días, y como el carcelero tenía que llamar al verdugo de Segovia al
tardar varios días al aparecer, el reo ya había fallecido por lo que ya no era
necesario pagar sus servicios, lo que le permitía un ahorro que corrían por
cuenta del carcelero. Como igualmente debería pagarle para que se llevase el
cadáver, al siguiente preso que arrojaba a dicho habitáculo le daban una cesta
y era él mismo el encargado de recogerlo y dárselo al carcelero, quien lo
vendía junto con la paja y detritus como abono para las tierras. Los demás
presos, eran arrojados a otra habitación por una trampilla, lo que también
provocaba roturas de miembros. Aparte del castigo físico que suponía una caída
desde varios metros, los criminales sufrían el tormento de habitar en una
estancia especialmente diseñada para que los excrementos de los presos de los
pisos superiores fueran evacuados en ella. Todo ello producía una lenta agonía
en el preso hasta que moría fruto de las heridas o de infecciones. Existía otra
habitación para los presos preventivos, en la que de día estaban sueltos pero
que al llegar la noche y por seguridad del carcelero, que vivía allí en la
cárcel, se les echaba en una tabla de madera con los pies sujetos en un cepo y
la cabeza enganchada con un grillete a la pared o los colocaba de pie sobre la
pared y les ponía un grillete sujetándoles la cabeza, según la crueldad del
carcelero, a la altura del preso o a una altura más elevada para que el preso
pasara la noche de puntillas.
Este edificio fue edificado en el siglo XIII y hasta
el siglo XVI como torre de defensa; se funda como cárcel en 1.561 y estuvo en
funcionamiento hasta 1890, solo albergó presos procedentes de la misma Villa de
Pedraza y de su mancomunidad de Villa y Tierra.
La cárcel fue restaurada en el siglo XX – en 1992
comenzaron las obras y en 1994 se abrió al público- la cual se conserva como
museo, mostrando lo que era una cárcel medieval.
Merece la pena visitar esa cárcel. Construida en el
siglo XIII y rehabilitada tres siglos después, la cárcel tiene una
característica realmente siniestra y es que contaba con dos niveles de
mazmorras a las que se daba un uso ciertamente peculiar, como ahora les
contaré.
En el nivel superior de aquella cárcel, en el que las
celdas eran relativamente normales y humanitarias, se encerraba a los
delincuentes menores, como por ejemplo ladrones, perjuros o borrachos. El
sótano, por el contrario, estaba reservado a los asesinos y a los criminales
más odiosos y era un agujero infecto que solo tenía acceso a través de una
trampilla situada en la parte superior, por la cual se arrojaba, desde una
altura de varios metros, a los condenados.
Los delincuentes encerrados en el nivel superior
tenían dos opciones a la hora de hacer sus necesidades. La primera alternativa
era hacerlas a través de un desagüe practicado en la pared de la cárcel, con lo
que los residuos se amontonaban en la parte exterior de la muralla. Los
carceleros vendían aquellos residuos como abono para el campo.
Pero esos delincuentes "privilegiados" del
piso superior tenían otra opción más cruel, que consistía en defecar a través
de un agujero practicado en el suelo y que iba a dar directamente sobre el
sótano en el que estaban encerrados los criminales más peligrosos.
De ese modo, los que tenían la desventura de ser encarcelados
en el sótano se veían obligados a soportar la constante lluvia de mierda que
les caía desde las celdas de la parte superior. Además, por supuesto, de tener
ellos mismos que hacer sus necesidades en aquel sótano en el que no había
agujero de desagüe alguno.
Con eso, los excrementos iban acumulándose año tras
año en el suelo del sótano y sobre esa capa de porquería tenían que vivir los
condenados. Los carceleros se limitaban a arrojar de cuando en cuando algo de
paja para que el suelo del sótano se compactara y a sacar a los condenados que
fallecían ahí abajo, para darles cristiana sepultura.
Aunque no todos los condenados encerrados en ese
sótano recibieron una sepultura muy cristiana, como sabemos ahora. Aquella
cárcel cayó en desuso con el tiempo y el sótano dejó simplemente de utilizarse
y cuando en el siglo XX se decidió restaurar ese edificio, aquella estancia
siniestra estaba cubierta por una capa de excrementos de considerable altura,
para extraer la cual fue necesario abrir un boquete en la pared. Y al quitar
toda aquella porquería de siglos aparecieron restos humanos, pertenecientes a
algunos condenados que se supone que debieron de morir enterrados entre detritus
y demás residuos.
Edificio de la cárcel de Pedraza (Imágen de autor desconocido) |
La cárcel de Pedraza que se puede contemplar a la
izquierda del arco de la entrada a la villa, ofrece ante el atónito visitante
las muestras más duras del desprecio humano, imaginemos por un momento un
adusto edificio en forma de prisma con tres alturas, donde en los pisos
superiores, se hacinaban maniatados con grillos, cadenas y cepos de madera los
allí recluidos, sus deyecciones eran evacuadas a través de oquedades
practicadas en las esquinas y descendían por los pisos inferiores hasta llegar
a las terribles mazmorras de los sótanos donde quedaban definitivamente
depositadas; unos sórdidos calabozos carentes de ventilación e iluminación, donde
eran arrojados los condenados violentamente desde un alzapón desde altura de más
de tres metros desde su parte superior, al producirse el impacto al ser
golpeado contra el suelo lo más lógico es que sufriese el reo una seria
fractura, lo que le pondría bastante difícil intentar escapar. Como todos los
detritus, propios y ajenos, se acumulaban en dicho lugar, es de imaginar la
escatológica convivencia del preso con su entorno. Cuando no hace muchos años
procedieron a efectuar las obras de recuperación del edificio, en las mazmorras
para llegar al enlosado se tuvo que excavar picando en una dura materia seca,
cuyo componente nos lo podemos imaginar, de casi dos metros de espesor entre la
que aparecieron abundantes restos de huesos humanos.
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